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Cuando dejé de sintonizarme

Hubo un día hace de cinco años, en el que dejé de sintonizarme. Casi sin darme cuenta, dejé que el bullicio de mi día a día callaran lo que pensaba, sentía y me emocionaba.

 

He de confesar que no es la primera vez que me pasa. Hace cerca de 10 años (¡madre mía cómo pasa el tiempo!) me encontraba perdida también.

El resumen es rápido: trabajo absorbente, ritmo de vida frenético y un “intercambiador de Plaza Castilla” abarrotado de gente con prisa, que diariamente hacía cuestionarme porqué estaba allí. Gente, monotonía, rutinas que no llenaban y poca vida sin sentir. Necesidad de vivir y sentirme viva.

¿Cambiar de trabajo? Sí, lo pensé.

Pero buscaba más bien un cambio de escenario, de rumbo y de ilusiones. Así que me planté a miles de kilómetros de mi “intercambiador de Plaza Castilla”.

¿Huía de algo? No lo sé. Solo sé que lo necesitaba. Y en esta ocasión, mi intuición y yo nos unimos tan fuerte que hicimos callar a todos los miedos que nos gritaban.

Y ahí estaba yo, una cualquiera, en mitad de una playa desierta en la que nunca me imaginé que podría estar.  Yo, nadie especial, en mitad de ese paraíso. Desbordada por la magia de ese lugar. Y ahí, con ese escenario de fondo, fue donde volví a encontrarme gracias a un simple regalo.

 

El regalo perfecto y por qué no existen las casualidades

 

Un día me hicieron un regalo. ¿Quién? Eso es otra historia. Pero este chico, digo persona, me hizo un regalo. Uno de esos tontos. De esos que son poca cosa pero que te cambian la vida.

Me dio una libreta y me dijo: “Para que escribas en ella a ver si aclaras tus ideas”. ¡Qué tontería eso de escribir! Pero que necesario para la gente que, como yo, tendemos a perdernos con facilidad. Y así, casi de casualidad me vi escribiendo otra vez.

¿Escribir? Sí, escribir sobre mí, sobre lo que me rodeaba, sobre mis miedos, alegrías, luchas, alguna que otra tara y muchas piedras que tirar de mi “mochila”. Y así, casi sin quererlo, volví a sintonizarme.

Me presenté, me escuché, me lloré, me emocioné, me sentí y me prometí. Prometí que no volvería a separarme. Pero ya ves, a veces, como decían Los Piratas, hay “promesas que no valen nada” .

 

De regreso me perdí

 

La magia y esa maravillosa rutina de hablarme se perdieron en el vuelo de regreso. Nuevamente el día a día, ahora cargado de incertidumbre, agobio por buscar trabajo, añoranza de todo lo vivido y perdido… hicieron que poco a poco dejara de escucharme. Era más importante entrar en esa normalidad que tanto daño hace a veces.

Abandoné mi libreta y mis momentos para mí. Me abandoné en un cajón mientras me repetía que no tenía tiempo. “Ahora lo importante es volver a la realidad” y así, también evitaba que el recuerdo de aquel año me siguiera haciendo daño. ¿Daño? Sí, me dolía a rabiar. Pero eso es otra historia.

Me desconecté y prioricé lo que no debía. Aquí comenzó nuevamente mi Caos. ¿Qué había pasado con todo lo que había aprendido en ese viaje? Simplemente lo olvidé.

 

¿Por qué nos olvidamos de nosotras mismas?

 

Pues no lo sé, ni lo entiendo.

Porque al final pasó lo que ya había pasado antes. Volví a mi vida. No sé si a la buena o a la mala. Simplemente a mi vida. Esa que estaba creando con cada acción que tomaba.

Dejé que nuevamente mi agobio por buscar un “camino tradicional” me callara. Agobio que yo me impuse, nadie más.

Futuro, porvenir y estabilidad. Mi estrés, mi rutina, mi vida. Nadie fue. Solo yo me olvidé de mí misma. Y mira que lloraba, me sentía vacía, me gritaba y no quería escucharme. Había tanto que arreglar ahí fuera que no tenía tiempo de escucharme. Y así fui callando a esa vocecita que tanta compañía me había hecho porque necesitaba ordenar mi vida y encontrar mi camino.

Y después casi de cinco años, me doy cuenta de que, si no te escuchas a ti, es imposible encontrar ningún camino. Ni fuera ni dentro.

 

Todo forma parte del proceso, ¿no?

 

Eso es lo que quiero pensar. Ahora que he hecho un poco de memoria de lo que han sido estos últimos años, me he dado cuenta de lo fácil que es perderse. Cómo las voces del “debes” que la sociedad y nosotras nos imponemos, son más fuertes que nuestra propia voz.

Quiero pensar que todo esto forma parte del proceso. Quiero creerlo y no pensar que he sido tan gilipollas y perdón o no por la expresión, de caer en el mismo error. De querer vivir mi vida, consciente de por dónde voy, pero sin contar conmigo. ¿Se puede hacer eso? Sí, yo lo he hecho ya dos veces.

De verdad quiero creer que todo esto, es lo que yo debía de vivir para darme cuenta de lo importante que es estar sintonizada conmigo. Y doy gracias por este proceso.

Gracias. Por todo. Por nada en concreto. La gratitud es un nuevo hábito que estoy adquiriendo y que me está ayudando mucho a valorar y ver las cosas desde otra perspectiva. Pero bueno, eso ya es otra historia.

Ahora mismo estoy escuchando la canción que tanto me hacía sentir allí, en esa playa paradisiaca. Recreo esa sensación y dejo que me llene. Olvido que me perdí en el camino de regreso o de huida. Han pasado muchos años, pero quizá son los que yo he necesitado para darme cuenta de que debo y quiero escucharme, quererme y sentirme.

 

 ¡Bienvenida de nuevo a mi vida!

  Momentos musicales 

Esta canción me suena a victoria, a sonrisa de medio lado y a un «no me lo creo.»

 

Playa, tranquilidad y calma después de haber puesto mi vida patas arriba para irme. Yo, sin preocupaciones, el mar y todo por delante.

Me decía…»No sé que has hecho pero…¡qué bien lo has hecho!». Aquí, en el paraíso y yo en él. Yo, nadie en especial, pero qué especial me sentía.

Canción de las que catalogo de «buenrollismo»: dícese de aquellas canciones que tienen la cualidad de subirte el ánimo y hacer que aparezca una sonrisilla en tu cara.

Las disfruto y me llenan. Con eso me basta. Supongo que el título de la canción ya hacía presagiar algo. Me encanta el mar, no sé si lo he mencionado.